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martes, 20 de septiembre de 2011

Huellas de posibles diferencias en el modo de vida de neandertales y «Homo sapiens»


Las últimas excavaciones han proporcionado una serie de indicios que hacen creer a los arqueólogos que en Cova Eirós hubo dos tipos notablemente diferentes de ocupación humana durante el Paleolítico Medio -la época del hombre de Neandertal- y el Paleolítico Superior, un período en el que esta zona, como sucedía en el resto de Europa, ya estaba habitada solamente por el hombre de Cromañón u Homo sapiens, es decir, por nuestra especie.
Según explica Arturo de Lombera, en los niveles arqueológicos correspondientes al período neandertal se ha detectado una mayor densidad de materiales, tanto de industrias líticas como de huesos animales con señales de haber sido despiezados y consumidos. Estos materiales son menos numerosos en los niveles del Paleolítico Superior. Los investigadores piensan que ello puede deberse a que los neandertales ocuparon la cueva de una forma más estable, reiterada y prolongada que sus sucesores los Homo sapiens. «Al parecer, en el Paleolítico Medio la cueva se usó como campamento con más frecuencia y durante temporadas más largas, y eso explicaría que los materiales de esa época sean más abundantes que los del Paleolítico Superior, en el que las ocupaciones habrían sido más cortas y esporádicas», apunta el arqueólogo a este respecto.
Mayor movilidad
Estas diferencias, añade De Lombera, hacen suponer que las poblaciones nómadas del Paleolítico Superior que dejaron sus rastros en la cueva tenían una mayor movilidad geográfica que sus antecesores y que cambiaban más a menudo de lugar de habitación, lo que indicaría otro modo de vida y otras formas de aprovechar los recursos del territorio.
Para confirmar estas suposiciones, los investigadores deberán analizar más a fondo en el laboratorio los materiales arqueológicos recogidos en esta y en las anteriores campañas, así como realizar nuevos hallazgos que permitan ver con mayor claridad la aparente diferencia entre las formas de ocupar la cueva por parte de neandertales y cromañones. La posibilidad de comparar los modos de vida de ambas especies es precisamente uno de los mayores puntos de interés del yacimiento de Triacastela.
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Nuevos indicios de la presencia del fuego

20/9/2011
En esta cuarta campaña de excavaciones, los arqueólogos han seguido una estrategia diferente a la de años anteriores. Esta vez se duplicó la superficie excavada en el suelo de la cueva, lo que ha permitido obtener una gran cantidad de materiales similares a los ya conocidos anteriormente en este yacimiento y encontrar otros de diferente carácter, como la mencionada azagaya de hueso.
La ampliación de la excavación ha proporcionado también nuevos indicios de la presencia del fuego en el interior de la cueva, algo de lo que ya se tenía constancia en las anteriores campañas. «Hemos encontrado bastantes huesos quemados y restos orgánicos carbonizados que no proceden de incendios naturales -señala Arturo de Lombera-, aunque todavía no tenemos señales indudables de la existencia de hogares permanentes».
Diferentes períodos
Estos rastros de fuego se han localizado tanto en los niveles arqueológicos correspondientes a las ocupaciones del hombre de Neandertal como en los que pertenecen al período, más reciente, en que la cueva fue habitada por el Homo sapiens.
El uso del fuego por parte de los neandertales, según precisa el codirector de las excavaciones, es algo que está ya muy documentado en otros yacimientos estudiados con anterioridad en diferentes zonas de la Península y del resto del continente. Pero algunas de estas evidencias pueden destacar por su especial antigüedad, ya que una parte de estos restos carbonizados apareció en un nivel arqueológico datado en 118.000 años, el más primitivo de los que se localizaron hasta ahora en la cueva. «Es muy común encontrar huellas del fuego en yacimientos neandertales de 60.000 o de 50.000 años en adelante, pero ya es mucho más raro hallarlos en niveles arqueológicos tan antiguos como este, así que estos hallazgos pueden tener bastante relevancia en el contexto del conjunto de la Península», comenta De Lombera.
Los investigadores confían en encontrar en futuras excavaciones algún testimonio seguro de la presencia de hogares dentro de la gruta. «Ya tenemos la certeza de que estos restos carbonizados no fueron a parar accidentalmente al interior de la cueva y que no se deben a incendios producidos en el exterior, pero para demostrar que hubo hogares hace falta tener unas pruebas más concluyentes», señala el arqueólogo.
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